Silueta y política: Claudia Coca

Marisabel Villagómez, 2025

En pleno barrio de Palermo, sobre la Avenida Sarmiento, en el corazón de Buenos Aires, existía un zoológico que, con el paso de los años, fue dejado de lado y olvidado. Este espacio, que alguna vez estuvo lleno de vida animal y las multitudes que visitaban sus jaulas y exhibiciones, en 2019 experimentó una transformación radical. Se convirtió en un laboratorio de investigación y creatividad, que acogió a científicos, artistas y pensadores que se congregaron para reflexionar, explorar y experimentar sobre cuestiones contemporáneas en lo que luego se conocería como el MUNTREF Centro de Arte y Naturaleza. En ese contexto, el concepto del Antropoceno, esa corriente filosófica que se centra en el impacto que la humanidad ha tenido sobre el planeta y sus ecosistemas, estaba alcanzando su punto máximo de relevancia. Fue en ese mismo espacio, en ese lugar donde lo antiguo se encontraba con lo contemporáneo, que varios curadores y artistas se reunieron para la BIENALSUR, justo antes de que el COVID-19 irrumpiera en nuestras vidas y desmoronara nuestras esperanzas de un futuro más prometedor. Lo que antes parecía una pequeña posibilidad, el optimismo en un cambiohumano, rápidamente se convirtió en incertidumbre, caos y desconcierto.

Sin embargo, pre-COVID, lo que nos ofrecía este espacio, tan extraño y cargado de historias, no era simplemente una exposición artística en el sentido convencional. Más bien, parecía un set sacado de una película de ciencia ficción distópica, con sus espacios vacíos y su aire de apocalipsis ambiental. No se trataba de una película de ficción, sino de una obra real, tangible, y profundamente conmovedora. La pieza que se podía ver en la confitería antigua de lo que alguna vez fue un zoológico concurrido, rodeada por esas paredes que alguna vez fueron testigos de la presencia de animales cautivos, era No digas que no sé atrapar el viento (2018), de Claudia Coca. Esta obra, cargada de significados, invitaba a una reflexión profunda sobre cómo se ha representado la naturaleza en los textos históricos de América Latina, especialmente en aquellos relatos producidos por los colonizadores y viajeros del siglo XIX. En sus primeras fases, la obra era un conglomerado de textos, fragmentos extraídos de relatos coloniales que atravesaban la historia de la región, revisando el proceso histórico de la colonización y su relación con el entorno natural. Pero lo que hizo realmente revolucionario este proyecto fue la forma en que Claudia Coca transformó esos textos al incorporarle un lenguaje visual y personal. Empezó a bordar y dibujar sobre esos relatos, añadiendo su interpretación visual al texto escrito, creando un espacio que no solo hablaba de la historia, sino que también se erigía como un lugar de diálogo, un punto de encuentro entre el pasado y el presente. El espacio, a través de la obra de Coca, se convertía en una suerte de reflejo de la lucha de la naturaleza frente a las preguntas urgentes que hoy nos plantea. Y esas preguntas, aunque cada vez más apremiantes, aún permanecen sin respuestas claras. Afuera, en el zoológico vacío, algunos animales se movían libremente, como una metáfora de ese abandono y desconexión que sentimos con el entorno que nos rodea, un espacio donde el hombre ya no juega un rol dominante.

Fue dentro de este escenario tan particular donde conocí a Claudia Coca. Al principio, confieso que la imaginaba como una persona introvertida, quizás algo tímida, alguien a quien no le gustaba estar en el centro de atención, como suele ser el caso con muchos artistas que prefieren mantenerse en la sombra de su propio trabajo. Sin embargo, ese primer encuentro fue solo el principio de una relación profunda y muy significativa. Iniciamos una serie de conversaciones, investigaciones y colaboraciones que nos llevaron a cuestionar el impacto histórico que la humanidad ha tenido sobre la naturaleza, un tema que ambas compartíamos como una preocupación fundamental. Recuerdo con claridad una de nuestras “expediciones,” años después en 2024 que nos dejó tan agotadas que, hasta el día de hoy, no hemos logrado retomar muchas de las ideas y reflexiones que nos han surgido ahora, post-COVID y en pleno auge de la negación del cambio climático. De los momentos fotográficos de nuestras expediciones, hay una conversación que se quedó grabada en mi memoria, una conversación que tuvimos sobre Humboldt, el famoso explorador y pensador del siglo XIX. Discutíamos sobre la visión que Humboldt tenía de la naturaleza, su percepción de la interconexión entre los seres humanos y el medio ambiente. Yo siento que el proyecto INSitu de Claudia Coca Geografía de los Saberes, aunque tenga su propia identidad, recoge, de alguna forma, algunas de las ideas políticas de Humboldt, especialmente en lo que respecta a la comprensión de la naturaleza como una red compleja y conectada. También creo que los dibujos realizados por Humboldt, aunque poderosos, son más fragmentados que los de Coca, repletos de información dispersa que se puede interpretar de distintas maneras. Durante aquellos días, entre los cafés del fin del mundo y los desplazamientos territoriales contínuos, Claudia y yo comenzamos a forjar lo que se convertiría en una sólida amistad marcada no solo por nuestras investigaciones y proyectos, sino también por los efectos del COVID, el confinamiento y, sobre todo, por la pregunta que sigue resonando: ¿cuál es el papel del “imperio natural” en un mundo tan incierto? En medio de toda esas preguntas, algo quedó claro: la naturaleza es mucho más grande que nosotros, y siempre se manifiesta de alguna forma, aunque a veces nos cuestaescucharla o interpretarla.

Este proceso de cuestionamiento profundo sobre el rol de la humanidad en el mundo y su relación con la naturaleza nos condujo a explorar también nuevas perspectivas filosóficas. El pensador Moore, en su teoría sobre la “fractura epistémica” de la modernidad, describe esa separación violenta que hemos creado entre la “Naturaleza” y la “Sociedad,”dos esferas que durante mucho tiempo se han considerado como independientes, incluso opuestas.[1] Sin embargo, según el filósofo Bruno Latour, no es que nuestra mente esté separada del mundo físico, sino que ambos forman parte de un mismo tejido, de una red que los conecta de manera intrínseca. Para Latour, el conocimiento no es algo ajeno al mundo físico, sino que es, en sí mismo, una expresión de la realidad misma. En otras palabras, el saber y el mundo físico no son entidades separadas, sino que ambos se disuelven en una red única que nos conecta a todos, tanto a los seres humanos como a la naturaleza. Esta perspectiva se alinea con las ideas de Humboldt, quien fue uno de los primeros en pensar la naturaleza no como algo estático o separado, sino como una “red viva de conexiones” que une todos los elementos del universo.[2] Esta visión también es parte integral de las obras de Claudia Coca quien, a través de su trabajo, desafía la noción de que la naturaleza y los seres humanos son entidades separadas.

Para Claudia Coca, el dibujo es mucho más que una técnica visual; es una herramienta poderosa para sintetizar y comunicar ideas profundas y complejas. La silueta, en particular, es una forma de abstracción que permite reducir lo que podemos ver a una representación esencial, plana, pero cargada de significado. A lo largo de la historia occidental, el dibujo ha sido considerado como una disciplina auxiliar que acompañaba a otras formas de expresión artística, como la pintura, la escultura o la arquitectura. Sin embargo, en la actualidad, el dibujo ha alcanzado una autonomía completa, despojándose de su rol subordinado para convertirse en una disciplina independiente que puede adoptar diversas formas. Para Coca, el dibujo no es solo una técnica, sino un proceso de pensamiento visual, una creación mental que no tiene un equivalente tangible en la naturaleza. Es precisamente por esta razón que no necesita recurrir a recursos gráficos elaborados o sobrecargados para transmitir hechos complejos o impactantes. Con el uso de la silueta, Coca logra condensar y transmitir de manera profunda y eficaz ideas que invitan al espectador a cuestionar la realidad.

Es así que el dibujo contemporáneo, especialmente en su forma expandida, ha logrado liberarse de los confines tradicionales del papel y ha encontrado nuevas maneras de interactuar con el espectador. El dibujo ha dejado de ser simplemente una forma de reproducción de la realidad para convertirse en una herramienta crítica que nos invita a cuestionar nuestra percepción de esa realidad. En un mundo saturado de imágenes manipuladas y distorsionadas, el dibujo se ha transformado en un refugio para el pensamiento filosófico, un laboratorio de reflexión en el que el espectador no solo duda, sino que también aprende y crece. Ese dibujo, de la manera como lo practica Claudia Coca, se ha vuelto nómada, siempre al servicio de la reflexión crítica y generando espacios de cuestionamiento que nos invitan a reconsiderar las ideas que tenemos sobre el mundo y su representación.

Claudia Coca utiliza las siluetas como una herramienta para revisar la historia, especialmente en lo que respecta a lo indígena en América Latina, pero también para abordar cuestiones contemporáneas de justicia social, derechos humanos y explotación. Las siluetas, especialmente las que desarrollaría durante la etapa de Geografía de los Saberes, tituladas Joyas para el imperio, representan una forma de anti-perspectiva, es decir, que no buscan crear una ilusión de profundidad ni de tridimensionalidad. En lugar de representar las figuras de manera óptica, Coca elige crear figuras planas que evocan el estilo de las antiguas solapas de libros, esas representaciones estilizadas que no buscan imitaciones exactas de la realidad, sino que capturan una esencia de lo representado: la naturaleza en su textura. Estas siluetas se colocan a gran escala, lo que les otorga una presencia poderosa, como si fueran sombras que se proyectan sobre la historia y la memoria. Esassiluetas, en su simplicidad, no es solo un recordatorio de algo pasado, sino la esencia misma de lo representado, lo que le da un poder narrativo profundo y directo.

En sus obras, Claudia Coca nos invita a reflexionar no solo sobre cómo miramos el pasado, sino también sobre cómo enfrentamos los retos sociales, raciales, migratorios y democráticos del presente. A través de su práctica artística, Coca aborda cuestiones fundamentales de justicia social y memoria histórica, desafiando las narrativas que han sido construidas sobre los pueblos indígenas y la colonización. Su trabajo se convierte en una reflexión crítica sobre la permanencia de la colonización en nuestras estructuras sociales y culturales, y sobre cómo las huellas de ese pasado siguen marcando el presente, especialmente en la forma en que las culturas indígenas han sido históricamente representadas y despojadas de su dignidad.

En su intervención visual, Coca utiliza las siluetas como una herramienta poderosa para revisar la historia colonial y la de los exploradores, especialmente en lo que respecta a la relación de los pueblos originarios con los colonizadores europeos. Estas siluetas, colocadas de manera monumental en las paredes de la sala, representan no solo a figuras indígenas sino también los estereotipos que durante siglos han sido impuestos sobre ellos. Las figuras invisibles indígenas, ya tornadas en la abstracción de su conocimiento sobre las plantas (en este caso, el árbol de la quina), ya se encuentra despojada de su poder, y se presenta como solapa de un libro científico subrayando su representación como objeto de subyugación y deshumanización. En sus obras, Claudia Coca invierte estas representaciones, creando figuras planas que no buscan capturar la tridimensionalidad, sino más bien una visión esencial de la opresión, la resistencia y la lucha por la preservación de una identidad que ha sido borrada de una historia oficial.

Por otro lado, Coca utiliza el recurso de la sombra de otra manera. No es casual, sino que tiene una intención deliberada de generar una tensión visual que lleva al espectador a reconocer las profundas implicaciones de la historia colonial en la construcción de nuestra percepción actual. Estas sombras no solo aluden a la invisibilidad que muchas veces han sufrido los pueblos indígenas en los relatos oficiales, sino que también simbolizan los ecos persistentes de la violencia colonial que aún reverberan en las relaciones contemporáneas de poder. Al hacer que las siluetas ocupen el espacio total de una portada de National Geographic, o al contrario, se lleven a una esquina de la página enfocada, Coca no solo invoca el pasado, sino que también establece una conversación con el presente, provocando una reflexión sobre la continuidad de las estructuras coloniales y cómo se siguen reproduciendo en la actualidad a través de estereotipos y prejuicios.

La presencia y ausencia de las siluetas indígenas invita a una pausa profunda, a un cuestionamiento no solo sobre el tratamiento de los pueblos indígenas en la historia latinoamericana y mundial, sino también sobre cómo las narrativas coloniales siguen influyendo en la forma en que nos miramos hoy. Cada figura es una presencia que exige reconocimiento y visibilidad. Las siluetas de mujeres indígenas, que tradicionalmente han sido vistas a través de lentes de exotismo o como objetos de conquista, son representadas por Coca como símbolos de resistencia y resiliencia, figuras que desafían las representaciones de subyugación para convertirse en testimonios de supervivencia y fuerza. A través de este enfoque, Coca nos recuerda que la historia no está cerrada ni es estática; en su obra, el pasado se enfrenta al presente, y el espectador es invitado a ser parte de ese proceso de reconocimiento y transformación.

Desde la llegada de los colonizadores europeos a América, se ha perpetuado una relación simbólica entre lo indígena y lo “salvaje”, equiparando a los pueblos originarios con la naturaleza primitiva y no cultivada. En este marco, los pueblos indígenas fueron representados como seres “no civilizados”, cuya conexión con la tierra y el entorno natural se veía tanto como una virtud como una amenaza. Se les asociaba con la tierra virgen, la jungla inexplorada, un “mundo salvaje” que debía ser sometido y civilizado, un espacio de barbarie en contraposición a la cultura “civilizada” de los colonizadores. Este imaginario, tan arraigado en la colonización, sigue persistiendo, y las representaciones de los pueblos indígenas como parte de la naturaleza, más que como sujetos históricos y sociales con agencia, los coloca en una posición subalterna. En las obras de Claudia Coca, esta relación es revisitada, y las siluetas no solo representan a individuos, sino que también reflejan una crítica profunda a esa visión reduccionista que sigue siendo usada para justificar la explotación tanto de las culturas indígenas como de la naturaleza misma.

A través de su trabajo, Coca reconfigura esa relación histórica entre los pueblos indígenas y la naturaleza, visibilizando la conexión intrínseca que estas culturas han tenido con su entorno desde tiempos ancestrales, pero desafiando la perspectiva colonial que los ve como parte de un mundo “natural” que debe ser conquistado. Las figuras que presenta Coca no se limitan a ser símbolos de lo salvaje, sino que se erigen como sujetos plenos, dotados de resistencia y conocimiento profundo sobre la tierra. Al presentar estas siluetas con tal monumentalidad, Coca reivindica la figura indígena no solo como un eco del pasado, sino como un sujeto activo que ha estado, y sigue estando, en el centro de las luchas ambientales y sociales, desafiando las narrativas coloniales y proponiendo nuevas formas de entender la relación entre humanidad y naturaleza.

En última instancia, el trabajo de Claudia Coca no solo aborda la cuestión indígena desde una perspectiva histórica, sino que también plantea preguntas urgentes sobre los desafíos sociales, políticos y culturales que persisten hoy. Al invocar los ecos de la colonia y cuestionar los estereotipos que han perdurado en las representaciones visibles e invisibles de los pueblos originarios, Coca nos invita a reconsiderar cómo estamos construyendo nuestra sociedad, cómo vemos la diversidad cultural y cómo enfrentamos los legados de un pasado que aún define, de manera insoslayable, nuestra relación con el otro. Las siluetas, al mismo tiempo que evocan la memoria histórica, también nos desafían a mirar hacia el futuro con una mirada crítica y transformadora, a reconfigurar nuestras relaciones y construir un mundo en el que la equidad, la justicia y la dignidad sean las fuerzas dominantes.


[1] Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital, Traficantes de sueños, Madrid, 2020, p. 98.

[2] Von Humboldt, A., Cosmos: Ensayo de una descripción física del mundo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, 2011 [1ª ed.: 1845].