Mestiza

Museo de Arte Contemporáneo de Lima

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La cruzada por la idealización de lo mestizo es también la lucha porque el incipiente espíritu peruano pueda construirse una morada donde se sienta en casa. Elaborar una imagen de nuestra diversidad pasa –centralmente- por el rescate de lo indígena. Y conquistar una sana autoestima significa darnos cuenta que hay mucha belleza relegada en el hueco de la vergüenza. Combatir el colonialismo y su vehemente acusación de ser deficitarios e inadecuados. Y que por tanto deberíamos ser inseguros y callados; indigentes: al merecer.

Creo que la obra de Claudia supera el indigenismo pues no se trata de una visón piadosa sobre el otro humillado, hecha desde la culpa o la búsqueda de la justicia. Claudia nos confronta con una visión sincera y  desinhibida de sí misma, se muestra desafiando las pretensiones colonizadoras de la estética de moda. Su reivindicación de lo  humano, en sus posibilidades y límites, y en contra del impulso jerarquizador y cosificador que domina la cultura del espectáculo, es  muy potente. Se trata de la desacomplejada transparencia de la persona que ha logrado reconciliarse consigo misma gracias a la lucha contra los poderes que nos maniatan y tiranizan; a menudo con nuestra inconsciente complicidad.

Gonzalo Portocarrero, 2014.

Vistas de la exposición Mestiza en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, 2014. Fotografías de sala por Juan Pablo Murrugarra.

Instalación “Mejorando la raza”, 2000.

Mejorar la raza es el síntoma más contemporáneo de la colonialidad del pensamiento[5]. Una construcción eurocéntrica de los valores humanos que obliga a gran parte de la sociedad peruana a rechazar su propia identidad. De acuerdo con esta lógica, lo que no es europeo es producido bajo la forma de una inferioridad insuperable, en tanto que natural. La apariencia será, acaso, esa primera evidencia de la alteridad. Una violencia que está emparentada con el ver y el mirar y en la que la representación ha jugado un papel fundamental en la construcción de esas mismas identidades raciales.

Es ese imaginario colonial el que genera la vergüenza cultural, la interiorización del desprecio por lo indio y mestizo; de tal modo que nadie quiere estar de este lado de la línea, pues desde ahí solo se puede ser un subordinado, por lo que es mejor abandonar las costumbres, el idioma, ocultar en la medida de lo posible cualquier vestigio de ese origen. La aculturación es la única salida a la subordinación cultural. Eso que se conoce como la utopía del blanqueamiento: un deseo de reconocimiento que reproduce las jerarquías raciales de la matriz colonial. Ahí se cristaliza la teatralización de la clasificación, la escenificación estética de los lugares de cada raza en el sistema social colonial*.

*Fragmento del texto F(r)icciones contemporáneas, Martín Guerra Muente, 2014.

Claudia Coca pone en evidencia esa colonialidad de la mirada que, casi 500 años después, sigue operando en el imaginario social de los peruanos. Una economía visual deshumanizante que veía al indio, no adaptado al nuevo sistema de producción, como un bárbaro irredento; y que en los últimos años ha demostrado seguir vigente, sobre todo en esa capacidad de negación legal y ontológica del otro.Se trata de esconder el “origen”, de superar los signos atávicos de la exclusión. Por eso Claudia nos pone en sus series La mancha y Monos frente a ese inconsciente óptico. Por ese mismo procedimiento pasa su versión de Sarita Colonia, que aparece como la santa blanqueada, icono cholo que termina, en su devenir social, mejorando su raza. Sarita, santa no oficial de los sectores populares, también es víctima del inconsciente visual colonial: en tanto que migrante, también aspira a blanquearse *.

“Mejorando a Sarita” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

“Pelaje (las agentes)” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

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En ese sentido la imagen se nos presenta como una técnica, un consenso y una autoridad. La imagen, en tanto dispositivo transhistórico, nos enfrenta a una memoria que quiere ser olvidada, pero sobre todo a una serie de ficciones históricas que han sido naturalizadas. Son esas mismas ficciones las que terminan por moldear nuestros cuerpos. Por lo que es importante preguntar por el origen de nuestra cultura visual. Y a eso apunta Claudia Coca en su pintura: cómo la imagen, como simulacro, nos tiraniza con una violencia inusitada; o cómo podemos arrancarle algo de conocimiento histórico en medio de su barbarie. Es una opacidad ligada directamente al estatuto propio de la imagen; pero que al mostrarse, en un instante, se nos revela en su terrible transparencia; o que al invertirse termina por mostrarnos su impostura. Estrategias que sirven para atravesar la imagen, para dejar ver lo que no se muestra, para revelar desde la insolencia un saber y un pensamiento colonizados.

Qué tal raza apunta a las consecuencias de ese apartheid social: la construcción de una diferencia colonial (racial, cultural, de género, etc.) que se vuelve peligrosa. Los mismos sectores que reproducen esta diferencia y que se benefician de ella son víctimas de su propia exterioridad. Mientras la violencia política de los ochenta y noventa arreciaba, las clases medias y altas vivían su propio apocalipsis experimentado el miedo a un presunto resentimiento social por parte de las empleadas del hogar. No era difícil, pues, que ese afuera se convirtiera en amenazante o que los salvajes de siempre se convirtieran en terroristas “Búmeran” alude a esa invención cultural de la otra que termina apareciendo en las pesadillas de las clases medias y altas blancas de Lima.

En su versión de La otra, Claudia Coca pone el cuerpo, encarna ella misma el conflicto racial y de clase que acompaña la relación con las empleadas del hogar. La otra es la imagen de la explotada, de su servidumbre corporal, que en el Perú del siglo XXI sigue representando ya no los rezagos de un régimen laboral semifeudal, sino el lado más normalizado y aciago de ese sector de la fuerza de trabajo: racialización y feminización de las relaciones sociales de producción y de cierta economía informal que sostiene el sistema económico neoliberal. Sujeción etnorracial y de género de la mano de obra en tiempos neocoloniales*.

 

“La otra. Apres Iguiñiz” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

“Búmeran” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

“Pieles” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

“Pieles” de la exposición ¡Qué tal raza! en Galería Forum, 2002.

Díptico Mama Huaco - Apres Huamán Poma y Las Tres Gracias - Apres, Rubens. El primer cuadro por Susana Torres, el segundo por Claudia Coca. Piezas de la exposición Peruvian Beauty: Centro de Estéticas de Torres y Coca, 2004.

Estéticas coloniales

En Peruvian Beauty, Centro de estéticas (2004), bipersonal con la artista Susana Torres, al contraponer el concepto de estética en sus dos acepciones contemporáneas –la de arte occidental y la de belleza–, Claudia Coca vuelve a apuntar a la historia de las representaciones. En este caso, a la historia de la construcción de lo sublime y lo bello. Si históricamente se le ha negado a los otros el derecho a la autorrepresentación, la historia del arte occidental ha definido escrupulosamente sus límites expulsando de este campo a las otras manifestaciones culturales. Por un lado, lo exótico y, por otro, lo bello. Si la clasificación de los objetos no occidentales entraba en la denominación de folclore y tenía al museo antropológico como espacio de exhibición, los objetos occidentales lo hacían bajo la denominación de arte y tenían al museo de Bellas Artes como espacio de contemplación.

Es la misma situación de manipulación sobre la organización sensible de las imágenes, y de los valores sobre el cuerpo y la identidad colectiva[15]; pues si el retrato cristalizaba la transmisión de una genealogía noble y la plasmación de ese origen en el cuerpo, el cuerpo plebeyo, insolente en su diferencia, no tenía derecho a la representación. Como en la irrupción del autorretrato burgués, la aparición de estos cuerpos no son otra cosa que parte de una provocación al monopolio de la representación visual. Los autorretratos de Coca, transformada en personajes de la historia de la pintura, subvierten la solemnidad de ese pasado occidental e ilustrado. Aquí se pone en evidencia una vez más la lógica de sedimentación de la cultura visual hegemónica, en que la iglesia, la estética y la cultura de masas ofrecen la evidencia de un continuum histórico en los discursos coloniales*.

Díptico Historia de la Belleza. Libro por Claudia Coca y Huaco Retrato por Susana Torres. Piezas de la exposición Peruvian Beauty: Centro de Estéticas de Torres y Coca, 2004.

Díptico Peruvian Beauty por Susana Torres y Claudia Coca, 2004-2013. Fotografía de la izquierda por Hugo Martinez Garay y la de la derecha por Hugo Vásquez.

https://www.youtube.com/watch?v=rdkyanq_guM

“Ñusta. Apres, anónimo de la Escuela Cuzqueña” por Susana Torres. Obra de la exposición Peruvian Beauty: Centro de Estéticas de Torres y Coca, 2004.

“Virgen Inmaculada. Apres, anónimo de Escuela limeña” por Claudia Coca. Obra de la exposición Peruvian Beauty: Centro de Estéticas de Torres y Coca, 2004.

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En Plebeya (2005), la subversión es iconográfica: deglutir el propio pop para ponerlo a decir otra cosa, ya no la exaltación del arte como mercancía sino el juego de la metaapropiación cultural. Poéticas del desarreglo que, de alguna manera, se infiltran en esa trama simbólica de tal modo que se puedan instituir subjetividades en desacuerdo. Hay en este trabajo una revalorización y redescubrimiento del cuerpo. Frente a la cosificación de la mujer, la aparición de una mujer empoderada; frente a la concepción mariana de pureza y sumisión, una mujer atrevida y guerrera.

Claudia Coca se divide en dos, se desdobla para mostrar los mecanismos mediante los cuales la propaganda cultural se ha construido a partir de ciertos patrones de belleza. Apropiación teatral y performativa de un yo que pone el cuerpo para evidenciar todos esos mecanismos de dominación. Una política performativa de la identidad en la cual el ser otro, como una experiencia de la alteridad, siempre pone a la artista en una posición crítica y deconstructiva. La identidad como un juego de escisiones en que el conflicto cultural se encarna en un yo imposible.

A partir de esta serie, el uso de la viñeta se hace crucial, pues será usada en otros trabajos como ese inconsciente cultural que reclama el espacio de la diferencia. El texto, en este sentido, ofrece una ampliación de la imagen o, si se quiere, rasga en la superficie de los cuadros mostrando el alma del conflicto social; porque si la cultura visual tiene mucho de enigma y mistificación, la palabra intenta mostrar el mecanismo de esa construcción. Además, el texto es el síntoma de esa misma imposibilidad de representar lo real. Imagen y texto resplandecen en un choque histórico y dialéctico; un fuera de cuadro que el texto revierte; una forma de traer ese más allá de la imagen, la cita oculta que toda imagen ostenta*.

“Luchadora” de la serie Plebeya, 2005.

“Plebeya”, 2004.

“Plebeya también”, 2007.

Y si la globalización desterritorializa la cultura homogenizando los gustos y las apariencias, ciertas posiciones reterritorializan los signos del consumo global. Globo pop (2007) es, en efecto, una mirada hacia ciertas identidades transculturales. Violencia capitalista bajo los placeres del consumo; de nuevo el conflicto de la raza pero esta vez desde un contexto globalizado. Los signos culturales atraviesan las fronteras mientras sus consumidores esperan, peripecias migratorias mediante, hacer lo mismo. Es la versión de la periferia alienada o la de la apropiación de cierta cultura global. El fetichismo de la mercancía operando en clave perversa sobre los deseos, pero también la versión de la apropiación como un acto de sincretismo emancipatorio.

Es la fantasía que brinda como promesa el Occidente civilizado. Aunque ahora no solo es la raza sino la nacionalidad la que aparece como una barrera que debe superarse. Si en su momento el ideal del indio era el mejoramiento de la raza, en los últimos años ese ideal se cristalizó en el sueño americano del confort y el consumo alejados de las crisis económicas y políticas. Dream card es el sueño cumplido pese a las restricciones y limitaciones que este mundo global le impone a la migración. Es decir, la paradoja de las fronteras abiertas para la mercancía y los signos más rutilantes del capitalismo, pero no para las personas. Dream card pone en evidencia también una economía de los afectos que es parte de ese sector de los servicios que también se ofrece como mercancía a nivel transnacional.

Coca indaga en esa matriz del poder colonial que se entreteje con los nuevos recorridos y símbolos del mundo globalizado. Es un trabajo de arqueología crítica que practica a través de la representación de una realidad ideológica, pues si la mujer maravilla es el epítome de la mujer blanca pequeño burguesa, la mujer maravilla de Coca es una chola atribulada por el designio de la exclusión. Si en la década de 1970 Dara Birnbaum usa a la mujer maravilla desde la apropiación de la serie televisiva, a la que hace repetir una y otra vez su transformación como forma de desvelar los mecanismos de manipulación de los medios de comunicación, Claudia teatraliza el lamento de una mujer maravilla tan empoderada como vulnerable. Es decir, una mujer maravilla mestiza, símbolo de esas identidades transfronterizas a las que el racismo y el patriarcado todavía someten*.

“… por qué nos odian tanto?”, 2007

“Lluvia negra”, 2007.

“Aparecida”, 2007.

“Mundo descomunal”, 2007.

En Mestizaje sin paraíso (2009), Claudia Coca vuelve sobre el tema del mejoramiento de la raza, solo que 15 años después. En Entre lo dominante y lo vestigial son sus hijos los que llevan las marcas genéticas del origen. Tanto en esta piezas como en …de castas y mala raza, la autobiografía familiar juega un papel muy importante como testimonio. En la atmósfera paródica que se experimenta en esos cuadros está la táctica de la artista para desactivar el mundo imaginario de las castas, puesto que poner el cuerpo es tomar posición, es generar una distancia sobre la ficción de la escenografía de estos cuadros. Poner el cuerpo como una manera de testimoniar la alteridad, como una forma de remontar la historia, representarla y nombrar los mecanismos del poder como un modo de documental desplazado.

Con 40 (dicen que somos el atraso), cierra esta serie y lo hace nuevamente desde el autorretrato, aunque con un elemento añadido: la intertextualidad con el trabajo del artista Alfredo Márquez. La pieza alude al paso del tiempo y a la flagrante inmovilidad de las cosas. “Dicen que somos el atraso” es la frase que dejan ver los ojos de una Claudia que llega a la madurez como una observadora privilegiada de los discursos paternalistas y civilizatorios de la economía. Un desprecio hacia cualquier otra forma de conocimiento y organización de la vida y de los recursos naturales*.

No.21 … de castas y mala raza, 2009.

No.22 … de castas y mala raza, 2009.

Todos estos actos nos ponen frente a la evidencia de nuestra colonialidad más endémica. Por lo que esas imágenes, en efecto, deben ir directo y disparar a la memoria o al pensamiento. Es la única manera de poder hacerle frente a esos aparatos ideológicos de propaganda que siguen activos. Una manera de mostrar, en forma de evidencia, la historia de la diferencia. Una forma de abrir un intersticio en la historia cultural de nuestro país, de proveer una instantánea histórica que resplandezca como una verdad terrible. Y que saque a la luz no solo los mecanismos de dominación –visual, cultural, económica–, sino los de contestación y resistencia.

Y aunque podría existir una contradicción en el uso de la pintura como recurso de descolonialización, tanto más cuanto la pintura ha sido el dispositivo visual por excelencia de la dominación colonial, Coca la utiliza para evidenciar los mecanismos furtivos del control cultural. Recurriendo a una pintura de reproducción mimética de ciertos enunciados culturales, intenta mostrar esos imaginarios que subyacen en los deseos más personales: la imagen como seducción y como un sistema de pensamiento real e invisible. Del mismo modo que la representación no garantiza una experiencia disensual o un cambio de posición de la mirada, pero que podría apuntar hacia una resignificación de los códigos visuales que sustentan las discriminaciones de todo tipo; para imaginar otro tipo de relaciones entre las personas, nunca más regidas por el fetichismo de la apariencia, tampoco por el fetichismo de la mercancía*:

*Fragmento del texto F(r)icciones contemporáneas, Martín Guerra Muente, 2014.

“Entre lo dominante y lo vestigial”, 2009.

“40 (dicen que somos el atraso)”, 2010.

“Las primeras mezclas y otros cruces”, 2013.

“Algunos cuentos, otras tempestades" (fragmentos del autor Felipe Huamán Poma de Ayala), 2014.

“My Kingdom for a Make-Up”, 2013.

“My Kingdom for a Make-Up”, 2013.

“Autorretrato”, 2014.

Vista de instalación de archivo.

“Algunos cuentos, otras tempestades" (fragmentos del autor Felipe Huamán Poma de Ayala), 2014.

“Mala Raza”, 2014.